Ni por un inmenso astrónomo que superponga cuatro telescopios, se podrá llegar hasta esa incertidumbre que ostenta un color rojo en cada mejilla. Fríos y escaleras y otros aparatos son igualmente inútiles para alcanzar a las mujeres que tienen las manos cortadas a la altura de las muñecas. Las arterias seccionadas simulan presagios y la sangre que fluye arranca bruscamente su máscara de jovialidad.
Aldo Pellegrini