Principios de reconstrucción social
Bertrand Russell


Lo que integra una vida individual es un propósito creativo consistente o una dirección inconsciente. El instinto solitario no bastará para dar unidad a la vida de un hombre o de una mujer civilizados; debe haber algún objetivo dominante: una ambición, un deseo de una creación científica o artística, un principio religioso o afectos fuertes y duraderos. La unidad de vida es muy difícil para el hombre o la mujer que han sufrido descalabros de cierto género, esto es, por haber sido refrenado o abortado el impulso dominante.

La mayor parte de las profesiones infligen, al fin, este género de derrota a un hombre. Si un hombre se hace periodista, probablemente tendrá que escribir para un periódico cuya política le disgusta; esto mata en él el orgullo de su trabajo y el sentido de la independencia. La mayor parte de los médicos encuentran verdaderamente penoso la obtención del éxito sin la charlatanería, por lo que queda destruida cualquier conciencia científica que pudieran haber tenido. Los políticos están obligados no solamente a tragarse el programa del partido, sino a pretender ser santos, en orden a estar a bien con las personas religiosas que los apoyan; difícilmente podrá entrar un hombre en el Parlamento sin hipocresía. En ninguna profesión hay respeto alguno para el orgullo nativo, sin el cual ningún hombre puede permanecer entero; en el mundo se le aplasta cruelmente, porque implica independencia, y los hombres, más que ser libres ellos mismos, desean esclavizar a los otros.

La libertad interna es infinitamente preciosa y una sociedad que la preserve es inmensamente deseable.


Los hombres temen al pensamiento más que a cualquier otra cosa en la tierra, más que a la ruina, incluso más que a la muerte. El pensamiento es subversivo y revolucionario, destructivo y terrible; el pensamiento es despiadado con el privilegio, las instituciones establecidas y los hábitos confortables; el pensamiento es anárquico y sin ley, indiferente a la autoridad, despreocupado de la acreditada sabiduría de las edades.El pensamiento escudriña el abismo del infierno y no tiene miedo. Ve al hombre, esa débil partícula, rodeado por insondables profundidades de silencio; sin embargo, procede arrogante, tan tranquilo como si fuera el señor del universo. El pensamiento es grande, y veloz, y libre, la luz del mundo, y la principal gloria del hombre.

Pero para que el pensamiento llegue a ser posesión de muchos, no privilegio de unos pocos, debemos eliminar el temor. Es el temor lo que mantiene a los hombres atrasados: el temor de que sus queridas creencias resulten engañosas, el temor de que las instituciones por las que viven resulten dañinas, el temor de que ellos mismos resulten menos dignos de respeto de lo que habían supuesto que eran.

"¿Debe el trabajador pensar libremente acerca de la propiedad? Entonces, ¿qué será de nosotros nosotros, los ricos? ¿Deben los jóvenes, hombres y mujeres, pensar libremente acerca del sexo? Entonces, ¿qué ocurrirá con la moralidad? ¿Deben los soldados pensar libremente acerca de la guerra? Entonces, ¿qué ocurrirá con la disciplina militar? ¡Basta de pensamiento! ¡Retornemos a las sombras del prejuicio, para que no corran peligro la propiedad, la moral y la guerra!
Es mejor que los hombres sean estúpidos, lerdos y tiránicos, y no que su pensamiento sea libre. En efecto, si su pensamiento fuera libre, podrían no pensar como nosotros. Y este desastre debe evitarse a toda costa."

Así argumentan los oponentes del pensamiento en las profundidades inconscientes de su alma. Y así actúan en sus Iglesias, sus escuelas y sus Universidades.

Principios de reconstrucción social, 1916
Bertrand Russell


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