Ya sé que el arrepentimiento no resulta para nada elegante y deviene traición a nuestros actos pasados, pero uno es como es, y los otros ellos mismos. No sólo me arrepiento de muchas cosas que he hecho, aún más de las que no hice; sino también de cosas que sentí, contrarias a mi manera de pensar; incluso de aquellas otras que no sentí, plenamente en su momento, cuando de verdad quería “hacerlo”, e inoportuna y desgraciadamente demasiado tarde así fue. Quejido, lamento, suspiro... No somos responsables de nuestros sentimientos, es más, en ocasiones los tenemos “pese a nosotros”; pero también es cierto que algo más podíamos haber hecho por aquellos con los que estabamos de acuerdo, y un poco menos por otros, contrarios a nuestra manera de ser cuando no a nosotros mismos. Estaría bien que alguien que nos quiere y comprende “decidiese” lo que debemos sentir: Dejarlo al antojo de uno mismo resulta a menudo un completo desastre... (Las personas no somos paellas, donde el arroz se pasa, queda crudo o “socarrat”... Y es que la virtud no está en el termino medio o en “el punto” adecuado, sino en el gusto, y en el momento oportuno.)
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