Tres veces son, más que suficientes y tal vez demasiadas, para sentir una misma cosa. Ya sea anticipandonos a algo (bueno o malo tanto da) que tal vez no vendrá, padeciendo a priori por algo incierto o seguro (pero negativo) como temiendo por aquello tan bueno (inseguro y frágil) que posees... ¡Qué ansiedad! ... o bien intentando controlar aquello que sentimos por un sufrimiento pasado... ¡Qué angustia!... Y la verdad, no sé qué resulta peor, si el dolor padecido en si, o el hecho de estar controlándolo, tratar de entenderlo descifrarlo ¡descubrir!, porqué que no se aviene a razones, los porqués de unas razones que nadie ha solicitado (salvo uno mismo, y sin quererlo); de ser controlados por él, incluso (o sobretodo) físicamente, como un puño atenazando tu nuez o una descarga eléctrica constante, una irritación permanente en todo lo que te rodea, ¡incomodidad!, con los otros con las cosas con ser contigo y con ellas. Prueba a hacer lo mismo estando “bien”, disfrutando, sintiendo algo “bueno”... y no tardarás en arruinar tu alegría poniéndola en tela de juicio, provocarte un sarpullido de inquietud que lo hechará todo a perder: la felicidad es vergonzosa, huidiza y ligera, tal vez injustificada, pero siempre inconsciente y despreocupada. Un mal humor gratuito, una ira absurda e injusta que no entiendes y que despierta con cualquier ridícula situación, malentendido o ¡sí!, también porque si... contra quien menos debes, contra quien más quieres, contra quien menos puede, contra ti mismo, además (y doblemente pues). Respirar hondo no puedes, cuentas hasta cien y “te pierdes”... me meto en la ducha (vestido) y giro la maneta azul (al máximo).
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