Soy el cochecito leré de los descarriados, el coche escoba de los que no se van nunca, el que siempre se queda un ratito más. El bolsillo sin fondo para que los demás tengan lo que yo no me puedo permitir. La cartera con secreto compartimento para felicidad ajena. Todo el mundo tiene copia de las llaves de mi casa. Tu secreto, tu favor favorito, salvo sexual. El que no está cuando está de más, el que no hechas de menos si no ha venido, el menos indicado para nada. El hombro donde apoyarse, plas plas, y palmadita en la espalda. La otra mejilla, que no la devolveré. El buenazo, el majete, el que se aguanta, el paciente, al que hasta aquí, no dejan entrar y paga por todo; el que vuelve a por más, el que repite y nunca tiene bastante hasta que no sabe lo que ya es más que demasiado. El que se sienta al final de clase para no ser visto, ignorado y de lado porque no llega al suelo, en la punta de la mesa, somos impares y no tiene pareja; va al último piso, pues vive en un ático. Al fondo a la izquierda, allí me encontrarás, camino del último bar, y una copa más. El que nunca se encuentra bien, enfermo y perdido. A quién no llamas al que compadeces el tonto el que no dice nada al que miras de lejos y ríes, cuando estás acompañado o miras de reojo, cuando estás solo. Al que los pobres piden los raros se acercan las cosas le pasan y repasan del que pasan el pasado sin remedio sin futuro acabado y ni está. Ese soy yo (y no me queda otra opción que soportarme).
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