La felicidad no existe, ¡vaya novedad!, más que en la canción ligera y los anuncios, pues no cabe nada más en ella; ella y sólo ella, y nada más: tu no estás... Catatònica, paralítica e inmóbil, no somos conscientes cuando “estamos”; cuando no estamos, quizás demasiado... Sólo existe en el pasado y en un futuro, en un imaginario constantemente presente... y ahí existe SIEMPRE, para todos... ¡Fuah!, para dar y tomar. ¿Será pues la inconsciencia (benévola, “consciente”, y suavemente asumida) un buen remedio (o alivio al menos) para la infelicidad? [... Siempre he escrito compulsivamente en momentos de crisis, o sea, a menudo... y no escrito... sencillamente pensado novelas, estirado en la cama... guiones... madurado hasta lo podrido y el asco un solo aforismo, horas y horas (y más horas), dado vueltas, pastando y más vueltas... en la cama, a las palabras... precisando, vaciando -pues el lenguaje se multiplica a si mismo, llegando a deconstruirse él solo, a dejarse propiamente sin sentido cuanto más “se explica”-... Llegar a la perfección de un pensamiento expresado en palabras es algo que estremece... Cuando te aproximas se enreda la lengua y te da vueltas la cabeza, y sientes una agonía en el estómago, como si estuvieran apropiándose de algo muy tuyo, vaciándote, acallándote... Artaud, Bataille, Cioran... La Rochelle, quizás... ] Como en todo, las pausas e incisos (y paréntesis) siempre son la parte más importante... Un doble lenguaje, una apelación (guiñando el ojo) a la complicidad (e inteligencia) del lector. [Callarme.. aún más]
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