- Oye... ¿tu no serás de P?... - ¿Uh?... Pues sí... ... - ¿Y no te llamarás A? - ¡Siiiií! - ¡Ossss-tiaaaass! (a coro) (minuto de silencio –y no es por el papa-) - ¡Ah!.. ¡Ahora me acuerdo!... Tengo una foto tuya con P, hermana de G... - ¡Toma!, pues sí... (minutos de cualquier cosa -menos silencio-) - Vaaaa Alfred... Váamonos al Cotton, vámonos, vámonos, va vaaaa... Vámonos al Cotton, venga vámonos, vaaa Alfreeeed... - Ummm... Es queeee... Eeeem... - Vámonos vaaaa, vámonos al Cotton, venga vámonos vaaaaaaa... - Pero yo es queeee... yo noooooo... - Vamonós vaaaaaaaaaaaaaa, vengaaaaaaa... (mierda) - Oye... Queeeee... Nos vamos al Cotton (y eso)... ¿Te vienes?... - Es queeee... He venido con un amigo y... (mierda –bis, e igual hasta a coro también, quién sabe...-) [En Cotton lo mismo de siempre –o qué esperabas pues-... Un proceso en serie de venta de carne al por mayor, y eso... Yo ya lo estoy para pelearme por un pedazo de bistec siquiera –que lo haya hecho nunca-... Soy la cosa menos competitiva que pueda haber en este –adjetivoquequieras- mundo] “Una especie de perdida constante de un nivel normal de realidad” escribió Artaud... Yo añadiría aceptable y deseada a la cosa... De perdida y gasto (a lo Bataille), malbaratarse y hechar a perder, y perderse... Y ese regusto amargo y persistente en la boca posterior a cualquier fiesta, más que físico... Nostalgia por lo que fue (y desespero por lo que no pudo ser...).
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