En la mayoría de casos en los que hay polémica, opiniones enfrentadas... el debate se limita, o parte mejor dicho de dos opciones: los que quieren que todos hagan lo mismo que ellos, y nadie más pueda hacer otra cosa diferente, y los que quieren poder hacer ellos una cosa, y los demás lo que decidan y quieran... [ ¿Derecha? ¿izquierda? ¿adelante? ¿detrás? ] Lógicamente con esos -fácilmente identificables- puntos de partida siempre me quedo con el segundo, empiezo desde el segundo. Con el primer punto de partida, e independientemente de la conclusión, norma, opinión... de la que partas, resultado al que llegues, estarás obligando, excluyendo, imponiendo, prohibiendo... dejando fuera de lugar en definitiva, a todo aquel que no sea de tu parecer. Lo mismo da, y da igual que defiendas una opinión, otra o la contraria... si tu punto de partida es incluir a todo el mundo en el resultado y excluir -o peor- a los que no la compartan... Con el segundo en cambio en el resultado obtenido cabremos todos... yo hago lo que quiero libremente hasta cierto punto -tu pie-, que tu puedes llevar chanclas, deportivas, botas de montaña o zapatos de tacón. [ ...o de la piel pa' dentro mando yo, que recitaba Escohotado con Mil Dolores Pequeños ] La primera opción es la más sencilla: sólo tienes que conseguir -por cualquier medio- la mayoría simple -y tonta- e imponer tu criterio, en el cual no cabe el de los demás -la minoría absoluta-, al cual tienen que adaptarse y atenerse (que joder) todos. Integrismo. La segunda, pelín más complicada: pretende conseguir un acuerdo en el cual, se tengan en cuenta todas las opiniones, que todas puedan ejercerse sin perjuicio de las demás, de los de las demás... de los demás, no está de más decirlo, además. Las minorías siempre somos más, literalmente y en todos los sentidos. Solo que los demás se ponen de acuerdo en ser mayoría... única y absoluta, y acabar con todas nosotras. La mayoría es tirana, sosa, rancia, fea y cobarde (como para no aceptarnos). Cuestión de organización.
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